miércoles, junio 14, 2006

Papá


Hace veintiún años perdí a mi papá, no... no murió, se sumergió entre papeles, trabajo, facturas y sus "compromisos laborales", que bien sé que eran mujeres y parrandas, y nunca más le volvimos a ver; al menos no del modo que hubiésemos querido.

Bajo el estandarte de “una vida mejor para mis hijos” y con el recurrente discurso de “voy a darles a mis niños lo que yo nunca tuve”, aunque eso no fuese cierto, papá se perdió la mitad de mi niñez, mi adolescencia completa y una gran parte de mi vida adulta. Se perdió la primera vez que me rompieron el corazón, la crisis de la varicela, las paperas, los eternos desvelos ante los exámenes finales o los trabajos en equipo.

Con el tiempo, papá dejó de ser mi héroe y se convirtió en un proveedor de bienes materiales.

Lo que nunca pensé fue, que veinte años después, papá fuese a reclamar su lugar.

- “¿A estas alturas de la vida?” – dije. Lo cierto es que papá, con su ir y venir, con sus viajes de negocios y el tiempo extra en la oficina, sus mujeres y su problema con el alcohol, siempre sería el hombre que me dio la vida y eso no se puede cambiar.

Para él, mis hermanos y yo, fuimos sus chiquillos. Aún veo y reveo las fotos en ese viejo álbum. Nuestras pequeñas manos en su barba áspera y su sonrisa brillante. Hoy, lo vuelvo a ver así, ahora, cargando a sus nietos, como tratando de recuperar el tiempo.

¿No te das cuenta, papá?, ¿no te das cuenta que al menos a nosotros nos perdiste...?, nos perdiste el día que decidiste que valía más la pena luchar por un carro que por tus hijos. Nos perdiste el día en que preferiste salirte con tus amigos y tus mujeres de parranda, en lugar de quedarte en casa a leernos un cuento o a ayudarnos con la tarea.

Después de este largo camino recorrido, y con su basta experiencia en los negocios, hay cosas que papá jamás podrá negociar con la vida... y esto es retroceder el reloj para disfrutar a sus hijos, para compartir con ellos penas y alegrías, para vivir y disfrutar a su familia, para enseñarnos sus juegos de la infancia... o cómo hacer bailar un trompo o girar un yo-yo.

A papá, sólo me queda decirle que a veces hay que hacer un alto y ver cuánto nos cuesta traer un peso más en los bolsillos, porque tal vez, sin quererlo, estaremos perdiendo lo más valioso de esta vida a cambio de ello.